Nietzsche.
Introducción: Vemos presentación y explicación expositiva del profesor
Lluvia de ideas: Activación
RESUMEN DE NIETZSCHE
Nietzsche se
caracteriza por ser un pensador vitalista e irracionalista.
Vitalismo
Entendido como un sí radical y rotundo a la vida.
Basado en lo dionisiaco como concepción o categoría (modo de entender)
lo vital.
Lo dionisiaco es la ebria aceptación de la vida, la
exaltación desencadenada de los impulsos vitales. Lo dionisíaco busca el
desenfreno pasional para lograr lo creativo, lo oscuro. Es en la efervescencia
irreverente y desordenada en la exaltación de las pasiones para alcanzar
superar las limitaciones que someten la verdadera plenitud humana que se ubica
en la irracionalidad humana.
Es admitir que la
vida en su esencialidad es producto del azar y del caos. Permitiendo que se
viva sin prejuicios, normas, dogmas y reglas
Este vitalismo conduce a la Crítica a cultura occidental que se hace a través de la
Crítica a la Metafísica.
El error fundamental de toda la metafísica desde Sócrates
está en la invención de un mundo racional y la desvalorización de lo opuesto a
ese mundo racional, el que se ofrece a los sentidos, el mundo del devenir.
La invención del Mundo Racional trae consigo la invención
de los conceptos básicos de toda
la metafísica tradicional: entidades
“racionales” como esencia, substancia, unidad, alma, Dios, permanencia; estas
entidades son puras ficciones, nada nos garantiza su existencia, como no
sea el prejuicio y el poder fascinador del ejercicio de la razón. Dado que el mundo que se muestra a los
sentidos no presenta estas características pues éstos nos ofrecen la corporeidad,
lo cambiante, la multiplicidad, el nacimiento y la muerte, los filósofos acaban
postulando la existencia de dos mundos, el mundo de los sentidos, pura
apariencia, irrealidad, y el Mundo Verdadero, el Ser, dado a la razón, y
horizonte último de nuestra existencia. Esto es precisamente lo que Nietzsche
llama “platonismo”. La filosofía tradicional comienza con Platón, quien
se inventa un mundo perfecto, ideal, absoluto, al que contrapone el
desvalorizado mundo que se ofrece a los sentidos.. La filosofía posterior
acepta este esquema mental básico, aunque lo exprese con distintas palabras.
Nietzsche
considera que en la aparición de la metafísica occidental encontramos dos
elementos básicos: uno de índole psicológico, y otro, la fe en el lenguaje.
Origen psicológico de la metafísica: La raíz moral (inmoral, dirá Nietzsche) que motivó la aparición de la
filosofía platónica fue el temor a la mutación, la muerte y la vejez, lo que le
condujo a inventarse un mundo en donde no estén presentes dichas categorías.
Las categorías metafísicas como sustancia, ser, esencia, unidad, son puras
invenciones para en ellas encontrar el reposo, la regularidad y calma que
realmente no sugiere el único mundo existente, el que se ofrece a los sentidos.
La metafísica platónica –y en el fondo, toda la
occidental– es un síntoma de resentimiento ante el único mundo existente, miedo
al caos
Influencia
de la gramática para
Nietzsche el lenguaje da lugar a una visión errónea de la realidad:
·
la mayoría de las frases de nuestro
lenguaje tienen la estructura sujeto-predicado, estructura que da pie a una
interpretación sustancialista de la realidad
·
en
nuestro lenguaje son fundamentales las frases con el verbo ser, verbo que
favorece la idea de la existencia de entidades dotadas de rasgos permanentes
· Si
nuestra gramática fuese distinta, nuestra forma de entender el mundo sería
también distinta. Sólo la superación de la creencia en la gramática puede
superar también la concepción típica de la metafísica tradicional
Crítica
a la Moral Tradicional
Nietzsche critica de la moral tradicional su dogmatismo moral y su carácter antivital. El dogmatismo moral presenta las dos
características siguientes: consideración de los valores morales como valores
objetivos y universalidad de los valores morales:
Crítica a la consideración objetiva de la moral: Platón
situó los valores en el mundo eterno e inmutable de las Ideas, el cristianismo
los sitúa en el ámbito eterno e inmutable de la mente de Dios. Pero la moral
tradicional, dice Nietzsche, se equivoca totalmente: los valores morales no
tienen una existencia objetiva, no existe un ámbito en el que se encuentren los
valores como realidades independientes de las personas. Los valores los crean
las personas, son proyecciones de nuestra subjetividad, de nuestras pasiones, sentimientos e
intereses, los inventamos,
existen porque nosotros los hemos creado. Sin embargo, es frecuente olvidar
este hecho, de ahí que habitualmente los vivamos como objetivos y los sintamos
como mandatos, como exigencias que vienen de fuera (de la ley de Dios o
de la conciencia moral). El dogmatismo moral consiste precisamente en olvidar
que los valores dependen de nosotros
Universalidad de los valores: como consecuencia de la creencia en el
carácter independiente de los valores, la moral tradicional creyó también que las leyes morales
valen para todos los hombres: si algo es bueno es bueno para todos, si algo no
se debe hacer no es correcto que lo haga nadie. Esto es, precisamente, lo que
indicaba el imperativo categórico kantiano y la conclusión a la que se podía
llegar también a partir de la consideración tomista de la ley moral como
consecuencia de la ley natural, y ésta de la ley eterna. Nietzsche niega este
segundo rasgo del dogmatismo moral: si realmente los valores existiesen en un
Mundo Verdadero y Objetivo podríamos pensar en su universidad, pero no existe
dicho Mundo, por lo que en realidad los
valores se crean, y por ello cambian y son distintos a lo largo del
tiempo y en cada cultura.
La moral tradicional es antivital: el criterio utilizado
para esta apreciación es el de la fidelidad a la vida: los valores de la moral
tradicional son valores contrarios a la vida, contrarios a las categorías
básicas que parecen estar involucradas en la vida. La moral tradicional (la
moral cristiana) es “antinatural” pues presenta leyes que van en contra de las
tendencias primordiales de la vida, es una moral de resentimiento contra los
instintos y el mundo biológico y natural. Esto se ve claramente en la obsesión
de la moral occidental por limitar el papel del cuerpo y la sexualidad.
El dogmatismo moral
tiene varias implicaciones (para Nietzsche “patológicas”): la idea de pecado y
de culpa, y la de la libertad. La idea de pecado es una de las ideas más
enfermizas inventadas por la cultura occidental: con ella el sujeto sufre y se
aniquila a partir, sin embargo, de algo ficticio; no existe ningún Dios al que
tengamos que rendir cuentas por nuestra conducta, sin embargo el cristiano se
siente culpable ante los ojos de Dios, se siente observado, cuestionado,
valorado por un Dios inexistente, del que incluso espera un castigo; situación
paradójica por cuanto este Dios y los propios valores morales son una creación
de él mismo.
Crítica a la Religión y la
muerte de Dios
Nietzsche
considera que la religión cristiana lleva hasta el final el desprecio por la
vida característico de la cultura occidental desde Sócrates y Platón. Su superación radical es
necesaria para la aparición del hombre nuevo, del superhombre.
Para entender su crítica al cristianismo se debe recordar
que la religión no es una experiencia verdadera pues no es experiencia de una
entidad real, de una entidad que realmente exista; dicho de otro modo, Nietzsche considera verdadero el
ateísmo y falsa toda creencia en lo sobrenatural. Aceptado este
principio, la tarea que se propone Nietzsche es comprender cómo es posible que
durante tanto tiempo se haya creído en esta ilusión. Y la solución que presenta
es la misma que le sirve para explicar la aparición de las construcciones
metafísicas que con tanta dureza ha criticado (la ciencia, la metafísica): el
estado de ánimo que promueve el éxito de las creencias religiosas, de la
invención de un mundo religioso, es el de resentimiento, el de no sentirse cómodo
en la vida, el afán de ocultar la dimensión trágica de la existencia. Nietzsche
se enfrenta a los siguientes elementos de la religión cristiana:
1. La
“metafísica cristiana”: Nietzsche resume la concepción del mundo propia del
cristianismo indicando que esta religión es “platonismo para el pueblo”: el
espíritu que anima al cristianismo es exactamente el mismo que animó a Platón,
la incapacidad vital para aceptar todas las dimensiones de la existencia y el
afán de encontrar un consuelo fuera de este mundo. El cristianismo no
añade nada esencialmente nuevo a la filosofía platónica; el cristianismo presenta una
escisión en la realidad: por un lado el mundo verdadero, eterno, inmutable, en
donde se realiza el Bien, la Verdad y la Belleza, y por otro el mundo aparente,
cambiante, abocado a la muerte e imperfecto; por un lado el mundo del espíritu,
por otro el mundo de la corporeidad. El cristianismo traduce la filosofía
platónica en términos comprensibles para todo el mundo. Por esta razón las
críticas al platonismo valen también para el cristianismo.
2. La
moral cristiana: con el cristianismo triunfa una moral que reivindica valores
propios de lo que llama Nietzsche “moral de esclavos”, los valores de la
humildad, el sometimiento, la pobreza, la debilidad, la mediocridad. El
cristianismo, dice Nietzsche, solo fomenta los valores mezquinos: la
obediencia, el sacrificio, la compasión, los sentimientos propios del rebaño;
es la moral vulgar, la del esclavo, la moral de resentimiento contra todo lo
elevado, lo noble, lo singular y sobresaliente; es la destrucción de los
valores del mundo antiguo, la peor inversión de todos los valores nobles
de Grecia y Roma. Con el cristianismo se presenta también una de las ideas más
enfermizas de nuestra cultura, la idea de culpabilidad, de pecado, de la que
sólo se puede huir con la afirmación de la “inocencia del devenir” o
comprensión de la realidad y de nosotros mismos como no sometidos a legalidad
alguna, a ningún orden que venga de fuera, con la reivindicación de la conducta
situada “más allá del bien y del mal”.
3. Influencia “perversa” del cristianismo: con el triunfo de
esta religión, todo el pensamiento occidental queda viciado por su punto de
vista, es el corruptor de la filosofía europea
4. Valoración de Jesús: sin embargo, Nietzsche no valora tan
negativamente la figura de Jesús ni del cristianismo primitivo: haciendo una
lectura muy distinta a la tradicional, considera que lo que ahora entendemos
por cristianismo debe mucho más a San Pablo que a Jesús. Para Nietzsche Jesús
se presenta como un revolucionario, un anarquista contrario a todas las
manifestaciones del orden, fundamentalmente del poder religioso tradicional,
como uno de los más destacados defensores de la renuncia a la violencia y a los
brillos mundanos de sus contemporáneos; y por esta actitud subversiva fue
crucificado
5. Politeísmo
frente a monoteísmo: para Nietzsche, aunque todas las religiones son falsas,
unas son más adecuadas que otras. El politeísmo es falso pero expresa mejor la
riqueza de la realidad que el monoteísmo; el politeísmo no se ha separado
radicalmente de la vida: en el mundo de los olímpicos, por ejemplo, se refleja
la pluralidad y riqueza de la realidad, tanto sus aspectos luminosos, ordenados
y positivos como los aspectos oscuros, caóticos y negativos; el monoteísmo (el
"monótonoteísmo") representa el extravío de los sentidos, el invento
de un transmundo, la desvalorización del verdadero mundo y la máxima hostilidad
a la naturaleza y a la voluntad de vida. El concepto de Dios sirve para
objetivar los valores en los que cree una cultura, así el Dios cristiano
representa los valores negativos y contrarios a la vida, los valores de la
impotencia, mientras que el mundo divino propuesto por el politeísmo representa los
valores afirmativos, la fidelidad a la Naturaleza
La muerte
de Dios
La
superación del cristianismo (y la consiguiente “muerte de Dios”) ya
iniciada por la Ilustración es
fundamental para la transmutación de todos los valores, para la recuperación de
los valores de la antigüedad perdidos tras la aparición de esta religión y de
la filosofía.
Una primera y elemental aclaración es que cuando Nietzsche
predica la muerte de Dios no quiere decir que Dios haya existido y después haya
muerto (un absurdo). Nietzsche nunca creyó en la existencia de Dios. Es el
hombre el que crea a Dios.
La creencia en Dios es una consecuencia de la vida decadente, de la vida
incapaz de aceptar el mundo en su dimensión trágica; parece apelar a una
motivación psicológica: la idea de Dios es un refugio para los que no pueden
aceptar la vida. Nietzsche
sí considera que estamos ante un acontecimiento actual: no explica las razones
históricas que han dado lugar a la creencia en Dios, ni las que han dado lugar
a su descrédito, pero parece indicar que estamos en un tiempo histórico clave
pues en él asistimos a su necesario final.
Cuando Nietzsche se refiere a Dios se refiere al dios de la
religión, particularmente del cristianismo, pero también a todo aquello que
puede sustituirle, porque en realidad Dios no es una entidad sino un lugar, una
figura posible del pensamiento, representa lo Absoluto. Dios es la metáfora
para expresar la realidad absoluta, la realidad que se presenta como la Verdad
y el Bien, como el supuesto ámbito objetivo que puede servir de fundamento a la
existencia por encontrarse más allá de ésta y darle un sentido. Todo aquello
que sirve a los hombres para dar un sentido a la vida, pero que sin embargo se
pone fuera de la vida, es semejante a Dios: la Naturaleza, el Progreso, la Revolución,
la Ciencia, tomadas como realidades absolutas son el análogo a Dios. Cuando Nietzsche declara que
Dios ha muerto quiere indicar que los hombres viven desorientados, que ya no
sirve el horizonte último en el que siempre se ha vivido, que no existe
una luz que nos pueda guiar de modo pleno. Esta experiencia de la finitud, del
sentirse sin remedio desorientado es necesario para empezar un nuevo modo de
vida. De ahí que la muerte de Dios sea
la condición para la aparición del superhombre.
De la muerte de Dios al
Nihilismo.
Hasta ahora, considera Nietzsche, no se han sacado todas las
consecuencias a la muerte de Dios. Es más, dicha muerte es insoportable para aquellos que se sienten
incapaces de crear sus propias verdades, pues desde su lúcida debilidad saben
que de la muerte de Dios ellos no pueden sacar nada. Son los nihilistas, los
auténticos huérfanos de Dios, aquellos que, con la muerte de Dios y lo que éste
representa (el trasmundo), han perdido toda realidad y toda referencia, pues
los valores que sobre ese Dios se sustentaban ya no valen (ya no tienen
valor).
El nihilismo no es una doctrina filosófica, sino un
movimiento histórico, el movimiento histórico peculiar de la cultura
occidental. No se trata de un fenómeno parcial, ni de una edad concreta, sino
de la esencia de todo un destino: el destino de los pueblos occidentales. En la
meditación sobre el nihilismo se toma como objeto lo sucedido con la verdad del
mundo suprasensible, junto con las relaciones de ésta con la esencia del
hombre.
La muerte
de Dios significa que el mundo suprasensible ha perdido en su totalidad su
pretendida función ordenadora de las existencias humanas y que, por tanto, el
hombre se ha quedado sin brújula, sin sentido que darle a esta vida. Sin Dios y
sin mundo suprasensible, el hombre ha perdido totalmente la orientación en el
mundo. Pensar a fondo la esencia del nihilismo no es, por tanto, otra
cosa que repensar hasta sus últimas consecuencias a la metafísica tradicional
en tanto que distingue entre un mundo suprasensible y otro sensible,
convirtiendo a aquél en fundamento de éste.
Pero el
nihilismo posee dos caras:
·
una negativa, es el nihilismo pasivo, el nihilismo como esencia de la
tradición platónico-cristiana, que ha puesto como verdaderamente real a
la otra vida y al otro mundo, que en realidad no son nada, o, mejor dicho, son
nada
·
otra positiva, nihilismo activo, el nihilismo como reconocimiento de
las condiciones por las que Occidente ha llegado a ser nihilista; en
este sentido es como se alumbran los intentos de escapar del nihilismo.
Nietzsche señala tres grandes "momentos" del
movimiento nihilista:
a)
Nihilismo como consecuencia inmediata que sigue
a la destrucción de los valores que habían estado vigentes hasta ahora; es el
momento de la tremenda duda, de la desorientación radical y de la pérdida de
sentido.
b)
Nihilismo como afirmación del propio proceso
nihilista en tanto que consecuencia necesaria, dada la esencialidad del
pensamiento platónico-cristiano; es el momento de la reflexión, del
distanciamiento con respecto a esta tradición.
c) Nihilismo como punto de
inflexión hacia una nueva perspectiva del ser y del hombre; es el momento de la
nueva valoración sobre la vida, de la transvaloración (la gran
"aurora"). Se abren, así, las puertas de una nueva ontología y una nueva
antropología.
Del Nihilismo activo a la
transvaloración moral y el ideal del superhombre.
Hasta ahora —dice Nietzsche—, la humanidad ha valorado todo
lo que se opone a la vida, y la moral vigente (platónico-cristiana) procede de
un espíritu enfermo y decadente, incapaz de asumir que no hay más mundo que
éste ni más vida que ésta, incapaz de asumir la fugacidad y caducidad de todo
lo real y, por ello, creadora de trasmundos. Hay, pues, que invertir los
valores, valorar y afirmar de nuevo la vida. Transvaloración de todos los
valores, ésta es mi fórmula. Hay
que recuperar la inocencia primitiva y estar más allá del bien y del mal.
La vida
es el fundamento último de todos los valores; éstos sólo existen en la medida
en que la vida los dicta. Ahora bien, la vida la entiende Nietzsche como
voluntad de poder, y tiene dos formas de manifestarse: el poder y la
impotencia. Puede adoptar el carácter de la fuerza, de los instintos belicosos,
inquebrantables, de la vitalidad elevada, o puede tomar el aspecto de la
atrofia de los instintos, de una pérdida de instintos. La moral se deriva de la vida a través de los
valores, consecuentemente, Nietzsche va a hacer una distinción entre una moral
de señores y una moral de esclavos . Hay valores que brotan de la vida
rebosante, de la vida que se prodiga (moral de señores), y otros que nacen de
la indigencia y de la miseria de los perjudicados por la vida, de los enfermos,
de los débiles, los miserables y los agobiados (moral de esclavos). El guerrero
tiene las virtudes del cuerpo; el sacerdote inventa el espíritu. Los sacerdotes
son los máximos odiadores de la historia universal; también los odiadores más
ricos de espíritu. De la rivalidad entre la casta guerrera y la casta
sacerdotal deduce Nietzsche el salto de la moral de señores a la moral de
esclavos.
Los
sacerdotes son los señores desposeídos que movilizan contra los guerreros a
todos los débiles, a todos los enfermos, a todos los fracasados. En la
historia universal Nietzsche ve en los judíos este movimiento indirecto,
espiritualizado de poder. Ellos son, para él, el genio del rencor. No es que
Nietzsche sea un antisemita. Sólo ve en los judíos —el pueblo sacerdotal— la
rebelión contra todo lo señorial y noble. “Han sido los judíos los que, con una
consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación
aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado
de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la
impotencia
Moral de señores |
Moral de esclavos |
voluntad de jerarquía, de excelencia |
voluntad de igualdad |
ama lo que eleva, lo noble |
resentimiento contra la vida superior |
quiere la diferencia |
iguala, censura la excepción |
es la moral del héroe, del guerrero, del que no teme el dolor ni el
sufrimiento |
glorifica lo que hace soportable la vida a los pobres, los
enfermos y débiles de espíritu, la concordia |
· |
altruismo, hermandad entre los hombres |
es la moral de la persona que crea valores |
se encuentra con los valores
dados |
ama la muerte de Dios |
ama y teme a Dios |
La transmutación de los valores es la superación de esta
moral de esclavos para recuperar de nuevo la moral aristócrata, y permite el
triunfo del código moral del superhombre.
El superhombre
La
transvaloración de todos los valores debe preparar el mundo para el
advenimiento de la superación
del hombre actual. Esta superación se simboliza en Nietzsche en el término
superhombre. En la transvaloración se busca la superación de la
decadencia y la moral de esclavos por medio de la creación de unos valores que
afirmen la vida terrenal, pues no hay otra. Pero esa afirmación debe ser
incondicional, total. Sólo
el superhombre es capaz de esa infinita afirmación de la vida y por eso
Nietzsche le llama el sentido de la tierra, y plantea que es un ser que todavía
no existe, pero que indica la meta de su existencia. El superhombre, que
asume la muerte de Dios, es decir, el fin del idealismo perdido en el más allá,
ve en éste tan sólo un reflejo utópico de la tierra y devuelve a la tierra lo
que ella había prestado y lo que se le había robado, renuncia a todo lo
ultramundano. Donde se hallaba antes Dios para el hombre prisionero de su
autoalienación se encuentra ahora la tierra.
En Así habló
Zaratustra nos explica Nietzsche mediante un discurso, "De las tres
metamorfosis", el tránsito del hombre al superhombre. Lo que en este texto
se nos narra es la transformación del camello en león y la de éste en niño. El
camello simboliza a los que se contentan con obedecer ciegamente, a los débiles
incapaces de crear valores, a aquellos que están sometidos, de manera resignada
y voluntaria, al mandamiento de tú debes (en definitiva, al cristianismo y, en
general, a cualquier moral de índole idealista). El león es el gran negador, el
nihilista que niega todos los valores tradicionales. El león es quien se rebela
contra la moral idealista, con su base transcendente (su mundo inteligible) y
se crea su propia libertad. Pero se trata de una libertad negativa, una
libertad que dice no (no a Dios, no a los valores antiguos, no a la
trascendencia...). El león contrapone al tú debes, que domina al camello, su
soberano yo quiero. Pero la libertad del león que dice no no es lo último. La
libertad negativa (libertad de) no es aún la libertad para (para crear una
nueva tabla de valores). Todavía hay demasiada lucha y demasiada defensa en el
yo quiero del león. Por eso, el león ha de transformarse en niño, libre ya de
toda carga y con capacidad para crear nuevos valores, los valores de la vida y
de la tierra. “Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una
rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. Sí,
hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el
espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su
mundo.”.
Frente al "tú debes" del camello y el "yo
quiero" del león, el niño proclama un inocente "yo soy". El niño
no se avergüenza ya de sus instintos vitales. Al contrario, es a partir de
ellos desde donde va a crear la nueva tabla de valores, valores afirmativos
(que dicen "sí" a la vida y al mundo).
Con la muerte de Dios, la vida se torna experimento, juego,
aventura. El niño (superhombre) sabe que ha sido el mismo hombre quien ha
creado los valores del mundo suprasensible y que, por tanto, lo único que posee
carácter de obligatoriedad es la vida misma. El niño no tiene prejuicios, es
inocente, juega con la vida solamente. Es él quien decide qué es lo bueno y que
es lo malo, porque se ha situado más allá del bien y del mal, porque sabe que
bueno es lo que afirma la vida, lo que la hace crecer, y que malo es lo que la
niega, lo que la hace mermar. El superhombre no tiene necesidad de crearse
subterfugios, nuevos mundos. Le bastan esta vida y este mundo y los afirma, en
su finitud, de manera infinita
En esta lucha contra la metafísica occidental y, a la vez,
afirmación de la inmanencia, Nietzsche va a introducir un elemento fundamental:
la voluntad de poder. No la define claramente
en ningún sitio, pero se refiere a ella con mucha frecuencia.
De
entrada es más fácil decir qué no es la voluntad de poder:
•
no es la voluntad como facultad del alma de la que nos habla la
psicología tradicional y que sería una pura disposición vacía que en cada caso
se llenaría con una apetencia concreta;
•
no es la voluntad de la que hablaba Schopenhauer, que era una mera
voluntad de existir, puramente conservadora y reactiva;
•
no es la voluntad pasiva, la voluntad de obedecer, o la voluntad de la
nada del nihilismo (voluntad aniquiladora únicamente);
•
no es la voluntad de verdad del hombre teórico (simple reflejo pasivo
del mundo);
•
no es la voluntad que busca el placer y evita el dolor (el dolor no es,
según Nietzsche, algo negativo: actúa como estimulante de la voluntad);
•
no es, simplemente, una voluntad de vida; al contrario, la misma vida
es voluntad de poder.
De forma positiva, podríamos decir que la voluntad de poder es la
voluntad de ser más, de vivir más, de superarse, de demostrar una fuerza
siempre creciente; en una palabra, es voluntad de crear. La voluntad de
poder va, en Nietzsche, ligada a otro elemento: la fuerza. De entrada, podemos
decir que fuerza es lo que puede. Todos los cuerpos, todas las realidades que
existen son combinaciones de fuerzas en tensión, que se contraponen, se
subyugan y se complementan: unas dominan y otras son dominadas. Esto equivale a
decir que las fuerzas son desiguales, diferentes. Precisamente, la constatación
física fundamental de la doctrina de la voluntad de poder es la inexistencia de
un equilibrio posible de fuerzas en el caos. Es preciso hablar de caos y no de
cosmos, pues el concepto de cosmos presupone ya la noción de equilibrio,
mientras que la idea de caos como correspondiente a la totalidad de lo real
descarta la posibilidad de un equilibrio (que, de poder darse, se habría dado
ya y para siempre, porque tiempo infinito ha tenido para ello) y subraya la
imagen cambiante de la diferencia jerárquica de fuerzas.
Las fuerzas no conocen el equilibrio, la inmovilidad. Pues
bien, la voluntad de poder es un poder inscrito en la fuerza, algo que faltaba
al viejo concepto físico de energía; de ella dependen:
a)
la diferencia de cantidad entre las distintas
fuerzas y, por ende, la cualidad de cada fuerza,
b)
las incesantes rupturas de todo equilibrio
aparente, el movimiento incesante y la perpetuación del carácter caótico de la
totalidad.
La voluntad de poder nos permite subrayar el carácter
ficticio de la ciencia: no hay leyes ni necesidad en los acontecimientos, sino
acción y resistencia, violencia y antiviolencia, poder que en cada momento
llega hasta donde puede, hasta el final de su poder, es decir, poder sin meta,
sin justificación, caos y no cosmos, sin parecido con la construcción que
nuestra conciencia proyecta sobre él —leyes, necesidad, fines, justificación o
condena—.
La teoría del eterno retorno
Si la
voluntad de poder se convierte en el elemento ontológico explicativo por
excelencia, el planteamiento del eterno retorno de lo idéntico constituirá la
piedra de toque de la moral de los nuevos valores afirmativos. Esta
teoría es, en apariencia, cosmológica: supone una descripción de la estructura
temporal del universo. Todo vuelve a ocurrir una y otra vez, es decir, todo
está escrito, cerrado, es necesario. El sentido de la teoría, sin embargo, va
más allá de la cosmología, y se dirige a la moral. El eterno retorno se plantea
como una prueba para el hombre, como una prueba que sólo puede superar el
superhombre.
La
prueba del eterno retorno es una prueba para el querer, para la capacidad de
afirmación. Nietzsche quiere hacer de la tierra, de este mundo (el único), el
último criterio. No hay más mundo que éste ni más vida que ésta. no son las
acciones lo que vuelven, sino todo lo que hay o ha habido, todo lo que es o ha
sido. El querer entonces se encuentra con una dificultad para aceptar el mundo,
la tierra, tal cual son, con todos sus elementos placenteros y dolorosos.
Esta aceptación, esta afirmación del mundo, de la propia
vida, del sentido de la tierra, es lo que da sentido a todo el pensamiento de
Nietzsche y a su crítica a la cultura occidental. Esta afirmación de una
voluntad que da sentido a lo que hay por medio de su decisión: yo lo quise así.
Esta afirmación que no admite subterfugios ni limitaciones y que implica la
superación del resentimiento y de los planteamientos trasmundanos, que implica
una fuerza exuberante, que, en pocas palabras, define al superhombre y lo
distingue del hombre occidental, ligado aún a la cultura de la crisis.
El
eterno retorno simboliza, en su eterno girar, que este mundo es el único mundo
(una historia lineal conduce hacia otro mundo); además, afirma que todo es
bueno y justificable (puesto que todo debe repetirse). Todo se repite porque
siempre es presente y no hay futuro trascendente. Sólo tenemos el hoy y siempre
será hoy. El presente de la vida siempre se repite.
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